T.2: La historiografía (César, Salustio, Tito Livio, Tácito)





1. La Historia como género literario
    
El término griego historía (historia) significa, originariamente, <<investigación>> de hechos reales. Los antiguos griegos distinguieron ya la Historia, como género literario que se ocu­paba de la narración de sucesos verdaderos, del drama, cuyo contenido se centraba en los hechos posibles o verosímiles, y de las fabulae, narraciones fantásticas que no pueden ser calificadas de verdaderas o de verosímiles.

En la historiografía latina, sin embargo, este afán de veracidad se vio limitado por las características mismas que el género adquirió ya en la Roma primitiva. El alto grado de patriotismo de la mayoría de los historiadores les impidió conseguir la imparcialidad necesaria para ceñirse a la realidad de los hechos. Otro de los rasgos fundamentales de la historiografía romana es su carácter moralizante. Los romanos encontraron en la Historia el medio adecuado para transmitir y perpetuar los mores maiorum, las costumbres heredadas de los antepasados. Cicerón consideraba la Historia magistra uitae, y en su afán por extraer del pasado ejemplos de conducta, muchos historiadores romanos no dudaron en recurrir a elementos tradicionales y narraciones fabulosas que contribuyeron a reducir sobremanera la primitiva pretensión de investigación empírica de la verdad histórica. En este sentido, no hay que olvidar el compromiso político adquirido por muchos de los autores de obras históricas, a menudo parcial o incluso partidista, en sus relatos. Por último, hay que tener en cuenta también el componente retórico presente siempre en los relatos históricos. En opinión de Cicerón, la Historia era el opus máxime oratorium, la máxima expresión del talento oratorio, y debía sujetarse a las reglas de la retórica.

Podemos concluir, por tanto, que el carácter patriótico, el compromiso político, la inten­cionalidad moral y el retoricismo formal constituyen los rasgos predominantes y definitorios de la historiografía romana.

2. Orígenes de la historiografía romana

  Las fuentes más antiguas de la historiografía romana son los documentos oficiales y los registros públicos. Entre estos cabe destacar los Annales Pontificum o Annales Maximi, anotaciones realizadas por el Pontifex Maximus para conmemorar sucesos dignos de ser recordados por la posteridad: prodigios, incendios, inundaciones, hambrunas, leyes, etc. Estos sucesos se consignaban después de los nombres de los magistrados anuales siguiendo un estricto orden cronológico. Más tarde recibieron la denominación de Annales los relatos de acontecimientos anteriores a la época del historiador, mientras que se reservó el nombre de Historiae para las narraciones de hechos contemporáneos al autor.


Aunque, al parecer, estos Annales primitivos existieron desde época muy temprana (y se pueden datar con certeza desde comienzos del siglo IV a.C), el primer autor de Annales de tipo literario fue Quinto Fabio Píctor, que vivió entre los siglos III y II a.C. Tanto él como Lucio Cincio Alimento escribieron su obra en griego, durante los enfrentamientos bélicos de Roma y Cartago, animados por intereses claramente propagandísticos.


No obstante estos precedentes remotos, se considera a Marco Porcio Catón el verdadero fundador de la historiografía latina. Nacido en Túsculo en el 234 a.C., se alistó muy joven en el ejército para combatir en la guerra contra Aníbal. Inició después una brillante carrera política que lo condujo al consulado en el 195 a.C.


Catón es el autor de la primera historia de Roma en latín, titulada Origines y compuesta por siete libros que abarcan desde el primitivo período monárquico y la fundación de ciudades griegas en la península itálica hasta los comienzos de la Segunda Guerra Púnica. Esta obra no es un mero relato cronístico, como los de los analistas anteriores, sino que posee una estructura compleja que incluye proemios, digresiones geográficas y comentarios personales del propio autor.



3. La historiografía republicana

3.1. César

Cayo Julio César nació en Roma en el seno de una de las más nobles familias romanas, la Julia, que se creía descendiente de Julo Ascanio, el hijo de Eneas. Recibió una excelente formación literaria y se dedicó desde muy joven a la vida política, ocupando sucesivamente todos los cargos públicos del cursus honorum romano. En el 60 a.C. formó, junto con Pompeyo y Craso, una alianza conocida como primer triunvirato, que se repartió el poder en Roma. Siendo ya cónsul (59 a.C.), inició una serie de brillantes campa?as militares que lo llevaron a conquistar toda la Galiahasta el Rin. En el a?o 49 a.C., muerto Craso y ene­mistado con Pompeyo, decidió avanzar con su ejército hacia Italia (paso del Rubicón), lo que equivalía a una declaración de guerra civil. Tras varios enfrentamientos en Hispania y los Balcanes, Pompeyo cayó derrotado finalmente en Farsalia (48 a.C.).

De regreso en Roma, César se hizo nombrar dictador vitalicio, tribuno de la plebe y pontífice máximo, concentrando de este modo en sus manos el poder político, militar y religioso. Esta situación provocó la alarma de los sectores republicanos de Roma, que temían que César intentara proclamarse rey, y alentó la conjura que, el día de los idus de marzo del año 44 a. C, culminó con su asesinato, irónicamente, a los pies de la estatua de Pompeyo en la Curia romana.
  • La guerra de las Galias, la primera obra desde el punto de vista cronológico, fue compuesta por César entre el 51 y el 52 a.C. Comprende siete libros en los que se describen las operaciones militares de la campaña de conquista de los territorios galos llevada a cabo entre los años 58 y 52. En ellos se narra desde la expedición contra los Helvecios y la derrota de su caudillo Ariovisto (libro primero) hasta la sublevación general de los pueblos galos bajo el mando de Vercingetórix y su derrota final (libro séptimo). El libro octavo, en el que se relatan las últimas operaciones y el final de la guerra, parece ser que no fue escrito por César, sino por uno de sus oficiales, llamado Aulo Hircio.
  • La guerra civil fue elaborada por César hacia el año 47 a.C. para contar los pormenores de su enfrentamiento militar con Pompeyo entre los años 49 y 48. Se compone de tres libros que relatan, sucesivamente, la conquista de Italia por César, la persecución de Pompeyo hasta Dirraquio, las luchas en Hispania contra los generales pompeyanos Afranio y Petreyo, el asedio de Marsella y la batalla de Farsalia. El último libro, que se considera incompleto, concluye con la llegada de César a Alejandría, donde le es comunicada la muerte de Pompeyo.


El título de Commentarii que César dio a sus obras alude a los informes o despachos militares enviados por su propia mano al Senado, así como a resúmenes y apuntes perso­nales redactados facile atque celeriter (de forma rápida y sencilla), como él mismo dice. Sin embargo, el título no debe inducirnos a considerarlas sin más un trabajo documental, ya que estas obras han sido cuidadosamente estructuradas y sometidas a un estudiado proceso de elaboración literaria. Abundan en ellas los excursus de tipo geográfico y etno­gráfico, propios de la mejor historiografía literaria, y los discursos retóricos.

A pesar de las pretensiones de objetividad manifestadas repetidamente por el autor, de las que es muestra también la narración de los hechos en tercera persona, lo cierto es que en ambas obras se puede apreciar una evidente intencionalidad apologética y propagan­dística de su propia figura, de sus haza?as militares y de su actuación política, aunque esta distorsión nunca llega a falsear la realidad de los datos históricos.

Desde el punto de vista estilístico, las obras de César destacan por la pureza, la simplicidad y la elegancia de la lengua latina. Su prosa se caracteriza por la claridad sintáctica, la ausen­cia de anomalías gramaticales, la selección de un léxico claro y la renuncia a la sinonimia o a los términos arcaicos o raros. Todos estos rasgos movieron a Cicerón a emitir un elogioso juicio de sus obras, con el que la crítica moderna coincide unánimemente: nihil est enim in historia pura et inlustri breuitate dulcius (nada hay más agradable en la historia que su brevedad pura y brillante).


3.2. Salustio

Cayo Salustio Crispo, el primer gran historiador romano, nació en Amiterno, enla Sabina, en el seno de una familia acomo­dada. Tras una juventud licen­ciosa, se dedicó a la política y llegó a ocupar diversos cargos públicos: cuestor, tribuno de la plebe y pre­tor. Participó activamente en la guerra civil, en las filas del bando cesariano, y gracias a su amistad con César fue nombrado gober­nador de la provincia de Africa Noua, donde amasó una inmensa fortuna. A su vuelta a Roma, en el 45 a.C., fue acusado de corrup­ción y malversación de fondos públicos (de repetundis), pero quedó libre de todo cargo gra­cias de nuevo a la protección de César. Con la inmensa fortuna obtenida en África compró unos terrenos en el Quirinal y se hizo construir una lujosa villa, los horti Sallustiani, adonde se retiró tras la muerte de César, en el 44 a. C, para dedicarse al cultivo de la literatura hasta su muerte.


De la producción histórica de Salustio tan solo se conservan dos obras completas, La conjuración de Catilina y La guerra de Yugurta, y una fragmentaria, Historias.

  • La conjuración de Catilina, su primera monografía histórica, gira en torno a un aconteci­miento concreto de la historia romana, el intento frustrado de Catilina, un noble ambi­cioso y sin escrúpulos, de hacerse con el poder mediante un golpe de Estado durante el consulado de Cicerón (63 a.C.). Salustio enriquece la narración central de estos hechos con la adición de un prólogo programático, digresiones históricas o políticas, discursos, retratos de personajes, etc., que contribuyen a explicar las causas de los acon­tecimientos o a intensificar la acción dramática de la obra. En toda ella se observa la intención del autor de mostrar la decadencia política y moral de la República tardía y, sobre todo, la corrupción y la arrogancia de la nobilitas.

  • La guerra de Yugurta aborda la intervención romana en el reino de Numidia (parte de la actual Argelia) para restablecer la sucesión dinástica legítima a la muerte del rey Micipsa en el año 111 a.C, ya que su sobrino adoptivo, Yugurta, había asesinado a los dos hijos del soberano y pretendía hacerse con el trono. El verdadero objetivo de Salustio, sin embargo, es señalar el fracaso de las operaciones militares emprendidas por el represen­tante de la corrupta e indolente aristocracia romana, el cónsul Mételo, y destacar el triunfo sobre Yugurta de Mario, un enérgico y valiente homo nouus, jefe de los populares, con cuya tendencia política se identifica el autor.

  • Las Historias constituyen su último trabajo histórico. Parece ser que la muerte lo sor­prendió antes de completarlas. Se conservan diversos fragmentos, así como algunos discursos y cartas, que nos permiten reconstruir su contenido primitivo. Las Historias abarcan el período comprendido entre la muerte del dictador Sila (78 a.C.) y el a?o 67 a.C. Estaban formadas por cinco libros, en los que se narraban importantes sucesos de la historia romana, como las luchas de Pompeyo contra el rebelde Sertorio en Hispania, los combates de Marco Antonio contra los piratas o la guerra contra Espartaco y los esclavos sublevados en Sicilia.

Salustio se revela en toda su obra como un maestro consumado en la caracterización psicológica y dramática de los personajes, lo que consigue gracias a sus pormenorizadas descripciones y a los discursos que pone en boca de los propios protagonistas. Desde el punto de vista estilístico, su prosa se caracteriza por la tendencia a la breuitas: abundante uso de la elipsis, supresión de cualquier redundancia expresiva y empleo de períodos asindéticos, infinitivo histórico y estilo paratáctico. Otros rasgos destacados de la producción salustiana son la uariatio, tanto fónica y morfológica como sintáctica, y la tendencia a la eli­minación de la simetría sintagmática y oracional propia de la concinnitas ciceroniana. Cabe destacar, así mismo, la profusa utilización de la antítesis y el gusto por los arcaísmos fonéticos y morfológicos (maxumus, minumus, dicundus, lubido, diuorsus, etc.). Hay que se?alar, por último, su predilección por las sententiae y frases de tipo lapidario, con fre­cuencia de contenido moralizante, con las que concluye sus discursos y reflexiones.


3.3. Nepote

Cornelio Nepote nació hacia el año 100 a.C. en Ticino, en la Galia Cisalpina. Amigo de Catulo y Cicerón, no se dedicó a la vida pública, sino que consagró toda su vida al cultivo de la literatura. Escribió una historia universal, titulada Chronica, y una colección de anécdotas, denominadas Exempla, que no se ha conservado. Su obra más importante es Sobre hombres ilustres, el primer libro romano de carácter biográfico que se conoce. Compuesta, al parecer, por dieciséis libros, en ella recogió Nepote las vidas de personajes romanos y extranjeros famosos: reyes, oradores, generales, historiadores, poetas y gramáticos. De esta obra se conservan las biografías de veinte generales griegos y también las de Catón y Ático, pertenecientes al libro de historiadores latinos. Nepote no se consideraba a sí mismo historiador y, en sentido estricto, Sobre hombres ilustres tiene un carácter más retórico, encomiástico y ejemplarizante que propiamente historiográfico.


4. La historiografía romana durante el Imperio

4.1. Tito Livio

Tito Livio nació en Padua, antigua ciudad gala del Véneto. Se trasladó aún joven a Roma para completar su forma­ción literaria y filosófica, y allí asis­tió al final de las guerras civiles y a la subida al poder de Augusto, del que fue amigo personal. Sin em­bargo, permaneció siempre ale­jado de la escena política y prefirió dedicar toda su vida a componer la monumental Ab Vrbe condita libri (Historia de Roma), desde los orígenes de la ciudad hasta la muerte de Druso en el año 9 a.C. Alcanzó una enorme fama como literato y fue alabado por Quinti­liano y Séneca. Al final de su vida regresó a Padua.

Su gran obra, Historia de Roma, estaba formada por 142 libros, de los que solo han llegado hasta nosotros los libros 1 a 10 y 21 a 45. De los volúmenes perdidos se conservan desde antiguo resúmenes (periochae) y extractos (epitomae) que nos permiten conocer cuál era su contenido. Tradicionalmente se ha dividido la obra en grupos de diez libros (décadas) o de cinco (péntadas), que se agrupan, a su vez, en conjuntos de quince libros. Los libros 1-15 contienen la leyenda de la fundación de Roma y los sucesos acaecidos durante el período republicano hasta el final de la incursión de los galos en el 293 a.C; los libros 16-30 narraban las dos primeras guerras púnicas (solo se conserva el relato de la segunda en los libros 21-30); y los libros 31-45 comprenden el período de las guerras macedonias (201-167 a.C.) hasta la batalla de Pidna.

En cuanto a su método histórico, Tito Livio no se muestra habitualmente demasiado crítico en el empleo de las fuentes y suele recoger muchas leyendas transmitidas por histo­riadores y analistas anteriores, aunque sin llevar a cabo una investigación profunda de los documentos ni contrastar los testimonios contemporáneos.

La obra histórica de Tito Livio se inserta a la perfección en el programa político y en la ideología del régimen de Augusto, que pretendía restaurar los antiguos valores morales del pueblo romano, la uirtus y el ancestral mos maiorum, representado por las seculares virtu­des de sus personajes romanos: constantia, moderatio, grauitas, magnitudo animi, etc. Su concepción de la historia está dominada por un profundo amor a la patria y sentido del deber, la observancia incondicional de las leyes y la misión providencialista y universalista de Roma.


Por otro lado, la Historia de Roma de Tito Livio constituye un magnífico ejemplo de la concepción del género historiográfico como opus oratorium, como obra de arte por encima de todo. En este sentido hay que interpretar la gran cantidad de discursos que pueblan sus libros y que están construidos conforme a las reglas más estrictas de la preceptiva retórica. Aunque Asinio Polión le reprochaba su patauinitas (Patauium = Padua), es decir, el empleo de modos dialectales o locales en la composición de su obra, lo cierto es que Tito Lívio es todo un modelo de prosa clásica. Su estilo contrasta con el de Salustio, ya que a la breuitas de este contrapone lo que Quintiliano denominaba lactea ubertas, esto es, la amplitud y riqueza de los períodos y el ornato propio de la prosa artística.



4.2. Tácito

Cornelio Tácito (c. 50-120 d.C.) debió de nacer en el norte de Italia o bien en la Galia. Recibió una excelente formación oratoria y se dedicó a la carrera forense. Durante el reinado de Vespasiano comenzó su actividad política y llegó a ser procónsul de Asia.

La producción historiográfica de Tácito está formada por dos obras menores de carácter monográfico, Agrícola y Germania, y dos obras mayores, Anales e Historias.

  • Agrícola, es una biografía de tipo encomiástico de su suegro Julio Agrícola, un afamado general romano que se distinguió por ser el primero que conquistó las Islas Británicas (después de los infructuosos intentos de César). La obra contiene abundantes digresiones de tipo geográfico e histórico sobre Britania. Constituye, así mismo, un violento ataque contra la tiranía de Domiciano, a quien acusa veladamente del asesinato de su suegro.
  • Germania es una monografía de tipo geográfico y etnográfico sobre los pueblos germanos. En una primera parte se expone, de modo general, la historia y la organización de las tribus germanas y de su territorio, así como sus costumbres y tradiciones. En la segunda parte de la obra se trata pormenorizadamente de cada una de sus tribus.
  • Las Historiae constituyen una crónica de la historia de Roma durante la dinastía Flavia, desde la muerte de Nerón (68 d.C.) hasta el final del reinado de Domiciano (96 d.C.). Estaban compuestas por catorce libros, de los que sólo se conservan los cuatro primeros, que narraban los acontecimientos acaecidos en el año 69, en el que se sucederán en el poder tres emperadores, y el comienzo del reinado de Vespasiano.
  • Los Annales estaban formados primitivamente por dieciséis libros, de los que sólo se conservan los seis primeros, que abarcan desde la muerte de Augusto hasta la de Tiberio, y los libros 11 a 16, con los reinados de Claudio y Nerón.

En sus obras históricas, Tácito manifiesta su deseo de narrar los hechos sin rencor ni parcialidad (sine ira et studio), y para ello recurre a multitud de fuentes, entre las que figuran los analistas anteriores, las actas del Senado y las memorias y los testimonios, 
de diversos personajes contemporáneos. Frente al protagonismo de las grandes instituciones romanas en la obra de Tito Livio, la de Tácito se caracteriza por el predominio de los personajes individuales como motores de la historia. Este tono subjetivista lo separa también de los restantes historiadores romanos. Otros rasgos muy acusados de sus obras son el pesimismo y la falta de confianza en la condición humana, probablemente motivada por las intrigas palaciegas y la convulsionada época que le tocó vivir. Tácito es un verdadero maestro de la caracterización psicológica de personajes y situaciones. Sus retratos literarios adquieren en ocasiones un profundo tono dramático más propio de la tragedia que de la historia.

Desde el punto de vista estilístico, Tácito coincide con Salustio en su predilección por la brevitas frente a la ubertas de Tito Livio o de Cicerón. Su deseo de concisión lo lleva a prescindir de todos los elementos superfluos e incluso, a veces, a eliminar algunos otros menos prescindibles, afán que queda patente en su abundante uso de la elipsis de formas verbales y en el empleo del discurso indirecto libre. Este gusto por la expresión breve hace que su estilo sea marcadamente impresionista. Como Salustio, prefiere la variatio morfológica y sintáctica a la concinnitas o simetría ciceroniana.


5. Pervivencia

La historiografía latina dejó huella en Maquiavelo, Shakespeare, Cervantes, Rousseau, Voltaire o Montesquieu.

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