Textos de Descartes


5.4. DESCARTES: Discurso del Método. II, IV (Trad. G. Quintás Alonso). Madrid: Alfa-guara, 1981, pp. 14-18, 24-30.



SEGUNDA PARTE

Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el verdadero método con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi espíritu fuera capaz.

Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía; de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que debían contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté que en relación con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otro cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio, para hablar sin juicio de aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien la lógica contiene muchos preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con estos otros muchos que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de modo que es tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado. Igualmente, en relación con el análisis de los antiguos o el álgebra de los modernos, además de que no se refieren sino a muy abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el primero está tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercer el entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras que se ha convertido en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser una ciencia que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa por la que pensaba que era preciso indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma que un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos del cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal de que tomase la firme y constante resolución de no in-cumplir ni una sola vez su observancia.

El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.

El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.

El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el cono-cimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.

Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan completos y revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada.

Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la oca-sión de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni tan ocultas que no podamos llegar a descubrir. No supuso para mí una gran dificultad el decidir por cuales era necesario iniciar el estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples y las más fácil-mente cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna unidad si exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de conocer todas las ciencias particulares que comúnmente se conocen como matemáticas, pues viendo que aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no dejan de tener en común el que no consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y posibles proporciones que entre los mismos se dan, pensaba que poseían un mayor interés que examinase solamente las proporciones en general y en relación con aquellos sujetos que servirían para hacer más cómodo el conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicar-las tanto mejor a todos aquellos que conviniera. Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en otras ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban entre líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera representar con mayor distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo más breves que fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra.

Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que había escogido, me proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas por estas dos ciencias, que en dos o tres meses que empleé en su examen, habiendo comenzado por las más simples y más generales, siendo, a la vez, cada verdad que encontraba una regla útil con vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegué a concluir el análisis de cuestiones que en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que también me pareció, cuando concluía este trabajo, que podía
determinar en tales cuestiones en qué medios y hasta dónde era posible alcanzar soluciones de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente vanidoso si se considera que no habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa, aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber. Así un niño instruido en aritmética, habiendo realizado una suma según las reglas pertinentes puede estar seguro de haber alcanzado todo aquello de que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que él examina. Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar verdaderamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere certeza a las reglas de la Aritmética.

Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había realizado con las del Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el método prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus principios deberían estar tomados de la filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos. Y puesto que era lo más importante en el mundo y se trataba de un tema en el que la precipitación y la prevención eran los defectos que más se debían temer, juzgué que no debía intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se posee a los veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no hubiese empleado con anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había pres-crito con el fin de afianzarme en su uso cada vez más.


EJEMPLO DE COMENTARIO DE LA PARTE II DISCURSO DEL MÉTODO  (Sirve para todos los textos de la II parte, cambiando algunos matices según el fragmento que toque)

2. Contesta a las siguientes preguntas:
a)       Explica los conceptos subrayados en el texto.

-Filósofos: en el texto se hace referencia a los filósofos escolásticos y medievales, aquellos que estudió Descartes durante su estancia en la Flèche, ya que Descartes dice “Pero habiendo conocido desde el colegio”. Los filósofos escolásticos y la filosofía medieval en general serán las primeras ideas que se presenten  a Descartes. La fe durante la Edad Media se considera un modo de conocimiento como la razón, sólo que la fe es mucho más perfecta que esta porque proviene de Dios, es un don divino. En cambio la razón es defectuosa e imperfecta como el ser que la posee.  Descartes desea superar el conocimiento basado en el argumento de autoridad, para él la historia de la filosofía es la historia de un tremendo error, esta equivocación es preciso eliminarla.

-Emprender por mí mismo la tarea de conducirme este concepto está relacionado con el primero, se basa en la idea de que el conocimiento debe nacer de la razón humana, de la intuición o evidencia de la razón, es decir, de las ideas que posee la razón de forma innata y que podemos intuir cuando utilizamos la razón exclusivamente. Para conducir la razón existe el método y las reglas fundamentales, que son cuatro  para poder observarlas sin dificultad. El método cartesiano tiene las reglas con las que funciona la razón misma y estas son, la intuición o evidencia que es innata, porque es una intuición natural, y la deducción que se basa en la relación existente entre las distintas intuiciones.

b)       Temática principal del texto.

  Este fragmento pertenece a la parte II del  “Discurso del método” en el que Descartes intenta disuadirnos  de la necesidad de un método  que conduzca nuestro conocimiento.
  Para llegar a descubrir la idea principal  del texto vamos a comenzar por dividir el texto en tres partes.
  En la primera parte nos dice Descartes que no debemos dejarnos llevar por los prejuicios que adquirimos en el colegio o las enseñanzas de filósofos anteriores. En el caso de Descartes, los filósofos que estudió en la Flèche, fueron los filósofos medievales como San Agustín o Santo Tomás.
  En la segunda parte nos explica Descartes que aunque poseemos de forma natural la razón  y podríamos utilizarla libre de prejuicios esto no suele ocurrir y el ejemplo recibido desde la infancia influye en nosotros. Por esta razón difieren las costumbres de los pueblos.
En la tercera parte Descartes concluye que la mayoría no tiene por qué  tener razón en un asunto. Es decir, el consenso no puede ser la base sobre la que se asiente la verdad, de algún modo el filósofo francés está criticando la teoría empirista.
  Así pues, para Descartes en este texto la verdad habita en la razón humana que es la misma para todos, igual que el método y que a veces puede perderse en los prejuicios adquiridos por la costumbre y el ejemplo.

c)        Justifica desde la teoría del autor del texto las ideas expuestas en él.

La Edad Media se caracteriza por el denominado “Giro teológico” de la filosofía, se trata de un período en el cual la razón se convierte en un instrumento de aclaración y defensa de la fe. La “filosofía cristiana” utiliza en esta labor a la filosofía griega, fundamentalmente a Platón y Aristóteles, convirtiéndose este último en la autoridad racional. La excesiva confianza en la autoridad aristotélica, provocó que durante trece siglos se tuviera como verdadera la Física aristotélica. Será en el Renacimiento, sobre todo con la revolución científica, cuando entren en crisis la concepción de la fe y la física de Aristóteles.
 La actitud de Descartes ante la historia del pensamiento es de total desengaño: la historia de la filosofía no es más que la historia del error, porque se han creído argumentos basados no en el buen uso de la razón sino en el “principio de autoridad” .Debido a este desengaño, Descartes considera como una labor fundamental encontrar un método que nos permita hacer un buen uso de la razón, así como evitar los dos errores fundamentales de la misma: la precipitación y la prevención.
Para Descartes, las distintas ciencias son manifestaciones de un saber único ya que hay una sola razón: la idea de una ciencia universal con un método universal. Para Descartes toda la filosofía es como un gran árbol cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física, y las ramas que salen de ese tronco las demás ciencias.
En su búsqueda de un método adecuado, Descartes considera necesario realizar un análisis de la estructura de la razón. De este análisis concluye que dos son los modos de operar la razón: la intuición y la deducción. La intuición es una especie de “luz o instinto natural” que tiene por objeto las naturalezas simples: por medio de ella captamos inmediatamente conceptos simples emanados de la razón misma, sin posibilidad alguna de duda o error (así sucede con los axiomas matemáticos). Todo el conocimiento intelectual comienza con la intuición de naturalezas simples. Entre unas intuiciones y otras aparecen conexiones que la inteligencia descubre y recorre por medio de la deducción hasta llegar a una conclusión (la deducción es utilizada en matemáticas para demostrar los teoremas). Como la intuición y la deducción constituyen el dinamismo interno y específico del conocimiento racional, éste ha de aplicarse en un proceso de dos pasos:
1. Un proceso de análisis hasta llegar a los elementos o naturalezas simples.
2. Un proceso de síntesis, de reconstrucción deductiva de lo complejo a partir de lo simple.

Esta forma de proceder es el único método que responde a la dinámica interna de una razón única. Según Descartes, hasta ahora la razón ha sido utilizada de este modo solamente en el ámbito de las matemáticas, produciendo resultados admirables. Sin embargo, nada impide que esta utilización se extienda a todos los ámbitos del saber (“Mathesis universalis”), para que produzca unos frutos igualmente admirables. Las reglas son cuatro:

-1ª. Regla de la evidencia. Esta regla nos obliga a no aceptar ninguna cosa como verdadera si no se la reconoce claramente como tal, es decir, si no se presenta tan clara y distintamente que no tenga ocasión de ponerlo en duda, debiendo evitar la prevención (dejarse llevar por los juicios de “los que saben”) y la precipitación (dejarse conducir por juicios que no han sido analizados suficientemente) que nos abocan a los prejuicios. Por tanto, la verdad no es ya un problema de adecuación o correspondencia entre nuestras ideas y la realidad externa y objetiva, como venía siendo desde Aristóteles, sino que es una propiedad de nuestras ideas y que se descubre analizando sus cualidades.
-2ª. Regla del análisis o resolución. Los problemas se deben dividir en sus datos o partes más elementales o simples mediante un proceso de análisis. De este modo la mente llegará a discernir e intuir los términos más simples de la realidad que pretende conocer. Sobre estas ideas simples son sobre las que la mente puede alcanzar la evidencia de su verdad.
-3ª. Regla de la síntesis o de la composición. Intuidas las ideas simples por el proceso de análisis, entra en juego la deducción a partir de aquellas, siguiendo el procedimiento lógico y ordenado de la geometría.
-4ª. Regla de la enumeración y revisión. Es una regla auxiliar, que consiste en hacer enumeraciones y revisiones completas y generales para estar seguros de no omitir nada. La enumeración comprueba el análisis y la revisión la síntesis. Esta regla auxiliar viene exigida porque el espíritu humano está condicionado por el tiempo: las evidencias del pasado tienen que ser conservadas por la memoria, facultad débil y con frecuencia engañosa, por lo que se hace necesario el control, comprobación y verificación de todo lo que se lleve deducido.

El método que Descartes expone en la parte II del Discurso será el que utilice para llegar a las verdades indudables de la Filosofía. Así en la parte IV de este mismo libro, Descartes expone la evidencia a la que llega tras aplicar la duda a todos los ámbitos de conocimientos. Esta verdad es el cogito o pensamiento. Del pensamiento Descartes deducirá la existencia de Dios, que es una idea innata a nuestro pensamiento y Dios será el garante del razonamiento deductivo y de la existencia del mundo.



PARTE IV, LA DUDA Y EL COGITO.

No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido, me encuentro en cierto modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había advertido que, en relación con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones opiniones muy inciertas tal como si fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal como nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en paralogismos, juzgando que yo, como cual-quier otro estaba sujeto a error, rechazaba como falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y, finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que yo indagaba.


Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido, llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.


Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar una que cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste esta certeza. Y habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que podía admitir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente cuáles son aquellas que concebimos distintamente.




EJEMPLO DE COMENTARIO DE LA PARTE IV, LA DUDA Y EL COGITO. 

2.     Contesta a las siguientes preguntas:
a)       Explica los conceptos subrayados en el texto.
Falsas todas las razonesen el texto se hace referencia  a la deducción matemática, a las demostraciones deductivas. Descartes creía que las deducciones matemáticas eran indudables, puesto que se basaban en intuiciones racionales. Además la deducción es uno de los modos de funcionamiento de la razón. Dudar del razonamiento es dudar de la razón misma. Para poder hacer esto a Descartes no le queda otra opción que inventar un genio maligno que le  permita poner en cuestión el razonamiento matemático. Este genio maligno me engaña, aunque yo crea que estoy en lo cierto. La invención del genio maligno implica que existe un ser tan poderoso como Dios y si ese ser me engaña, entonces Dios no es tan poderoso como creo, es decir, cuando Descartes utiliza el genio maligno, está poniendo en duda la existencia  de Dios. Eso sí, esta duda se encuentra en un terreno meramente teórico.
Pienso, luego soytras poner en duda todo aquello que creemos conocer, Descartes llega al principio indudable, a la evidencia: el pensamiento. Según Descartes, pensar es existir, no es que del pensamiento se deduzca la existencia, es que el pensamiento es un modo de existencia. Este pensamiento es una sustancia y por serlo, debe ser independiente de cualquier otro ser. En consecuencia, el pensamiento es independiente del cuerpo, que es otro modo de darse la existencia. En conclusión: el pensamiento es la primera verdad y, por consiguiente, el criterio de evidencia, pero además es una sustancia y es independiente del cuerpo.

b)       Temática principal del texto.

El texto que nos ocupa  podemos encontrarlo en la parte IV del “Discurso del método” en la que se explica la primera verdad o yo pienso y de donde se deducirán otras intuiciones como Dios o el mundo.
Este fragmento  vamos a dividirlo  en cuatro partes, atendiendo a su contenido:
En la primera parte se nos explica cómo no podemos aceptar el conocimiento que proviene de los sentidos, puesto que alguna vez me han engañado. A este argumento que demuestra que el conocimiento sensible es engañoso lo llamamos  falacia de los sentidos.
La segunda parte expone la duda acerca de las demostraciones matemáticas para la que Descartes  ha de servirse de un genio maligno.
En la tercera parte nos explica el autor del texto, que no confía en que exista una realidad exterior, puesto que no podemos distinguir entre la vigilia o estar despierto y el sueño o estar dormido.
En la cuarta parte, explica el filósofo francés  que al dudar del pensamiento descubre que la conciencia  es lo único indudable, puesto que “era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa”
En resumen, Descartes nos presenta los diferentes momentos de la duda aplicados a las distintas formas de conocimiento, para conducirnos a una verdad  indudable  que es el pienso, luego existo.

c)        Justifica desde la teoría del autor del texto las ideas expuestas en él.

Descartes comprueba que, aplicando el método que él mismo ha indagado, se resuelven muchas cuestiones que había entendido como problemas, tanto en el ámbito de la lógica como en los difíciles problemas del álgebra. Por eso, no duda en aplicar el método a otras cuestiones mucho más metafísicas. Ahora bien, seguir el método, concretamente aplicar su primera regla, le obliga a no admitir nada como verdadero a no ser que esté completamente seguro de que lo es. Seguir la regla de la evidencia obliga a partir de verdades absolutamente ciertas, sobre las cuales pueda construir el edificio completo de la filosofía.
La búsqueda de un punto de partida absolutamente cierto exige la tarea previa de eliminar todo aquello de que sea posible dudar. De ahí que Descartes comience con la duda. Y esta duda es metódica, es decir, una exigencia del método, distinta de la duda escéptica (que invalida la posibilidad de un conocimiento cierto), ya que a través de ella se pretende encontrar una verdad tan firme y segura que resista las suposiciones de los escépticos. Se trata, por lo tanto, de un punto de partida y no de llegada, una duda transitoria, y no permanente, que se superará con el hallazgo de la primera verdad.

1. La primera y más obvia razón para dudar de nuestros conocimientos se halla en las FALACIAS DE LOS SENTIDOS, que nos inducen a veces a error.
2. Cabe dudar de que las cosas sean como las percibimos, pero ello no nos permite dudar de que existan las cosas que percibimos. De ahí que Descartes añada una segunda razón -más radical- para dudar: LA IMPOSIBILIDAD DE DISTINGUIR LA VIGILIA DEL SUEÑO. A veces los sueños nos muestran mundos de objetos con extremada viveza, y al despertar descubrimos que tales universos no tienen existencia real.  Se trata, en definitiva, de la dificultad para discernir los pensamientos que son fruto del sueño, de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Como en el caso anterior, la mayoría de los hombres cuentan con criterios para distinguir la vigilia del sueño, pero estos criterios no sirven para fundamentar una certeza absoluta.
3. La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño permite dudar de la existencia de las cosas y del mundo, pero no parece afectar a ciertas verdades, como las matemáticas: dormidos o despiertos, los tres ángulos de un triángulo suman 180 grados en la geometría de Euclides. De ahí que Descartes añada el tercer y más radical motivo de duda: tal vez exista algún GENIO MALIGNO. Esta hipótesis del “genio maligno” equivale a suponer que tal vez el entendimiento humano es de tal naturaleza que se equivoca siempre y necesariamente cuando piensa captar la verdad. Una vez más se trata de una hipótesis improbable, pero posible, y que nos permite dudar de todos nuestros conocimientos.

En todo este despliegue de la duda, Descartes permanece en el plano teorético: las creencias religiosas y las exigencias éticas están en otra dimensión práctica, que él no cuestiona. La duda llevada a este extremo de radicalidad parece abocar irremisiblemente al escepticismo. Sin embargo, Descartes encontró una verdad absolutamente cierta, inmune a toda duda, por muy radical que sea ésta: la existencia del propio sujeto que piensa y duda. Si pienso que el mundo existe, tal vez me equivoque en cuanto a la existencia del mundo, pero no cabe error en cuanto a que yo lo pienso; puedo dudar de todo menos de que yo dudo, porque si dudo que dudo es porque estoy dudando y el dudar es un modo de pensar. Mi existencia, pues, como sujeto que piensa (que duda, que se equivoca,...) está exenta de todo error y de toda duda posible. Descartes lo expresa con su célebre frase: «cogito, ergo sum» [«pienso, luego existo»].Hay que insistir en el carácter intuitivo (y no deductivo) del cogito. La conjunción “luego” puede dar la falsa impresión de que nos encontramos ante un razonamiento. No es así, la trascripción más fiel a Descartes sería «pienso-existo»: es una intuición, acto de la evidencia misma. Descartes sentencia que dicha verdad resiste las más extravagantes suposiciones de los escépticos y, por lo tanto, constituye el primer principio de la filosofía que andaba buscando: la piedra filosofal, a partir de la cual podremos intentar descubrir después otras verdades igualmente seguras. Este principio de la filosofía se presenta en el corazón mismo de la duda radical a la que nos expone el planteamiento cartesiano.

Mi existencia como sujeto pensante (el cogito cartesiano) no es sólo la primera verdad y la primera certeza: es también el prototipo de toda verdad y de toda certeza. Porque es evidente, es decir, se percibe con toda claridad y distinción. De aquí deduce Descartes su criterio de verdad: todo cuanto perciba con igual claridad y distinción será verdadero y, por lo tanto, podrá afirmarse con inquebrantable certeza.

El criterio de verdad es la evidencia (primera regla del método), cuyas notas son la claridad (un pensamiento intuitivo e indudable) y la distinción (delimitación de la idea) y cuyos obstáculos son la precipitación y la prevención. La evidencia es contrapuesta por Descartes a la conjetura, que se produce cuando la verdad no aparece a la mente de modo inmediato. Descartes no puede afirmar que el pensamiento posea un cuerpo, ya que hemos puesto en duda (en suspenso) la existencia de los objetos materiales (imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia). La única base de que dispone es el pensamiento. Puede ser que las cosas que piensa, afirma, niega... sean nada, pero lo que no puede dejar de ser cierto es su naturaleza pensante. El alma racional es la primera sustancia de la que adquirimos certeza absoluta de su existencia. Descartes acepta la definición aristotélica de sustancia: “Sustancia es todo aquello que no necesita de nada para existir”; este término se opone al término accidente: “Accidente es aquello que existe en otro”. La sustancia es un ser en sí mismo (ens in se) y el accidente es un ser en otro (ens in alio). A partir de la existencia indudable del pensamiento, Descartes intenta demostrar la independencia del pensamiento con respecto al cuerpo. Así pues, aquello de lo que dudo (mi cuerpo) no puede ser igual que aquello de lo que no tengo ninguna duda (mi pensamiento); por lo tanto, son consideradas realidades distintas. Además, queda claro que el pensamiento (alma) no necesita del cuerpo para existir, porque piensa a partir de ideas innatas. Que la filosofía cartesiana parta de la existencia del alma como primera verdad, y no de la existencia de Dios, es un rasgo humanista y moderno, contrario a la filosofía escolástica anterior.

Tenemos ya una verdad absolutamente cierta: la existencia del yo como sujeto pensante. Esta existencia indubitable, como hemos dicho, no parece implicar, sin embargo la existencia de ninguna otra realidad. Descartes debe romper el cerco del pensamiento y aventurarse en la demostración de otras verdades. El problema es enorme, sin duda, ya que a Descartes no le queda más remedio que deducir la existencia de la realidad a partir de las ideas del pensamiento. Así lo exige el ideal deductivo: de la primera verdad han de extraerse todos nuestros conocimientos, incluido, claro está, el conocimiento de que existen realidades extramentales como el Dios o el mundo.

Descartes mantiene, como todos los racionalistas, que el pensamiento piensa siempre ideas. El pensamiento no recae sobre las cosas mismas (cuya existencia no nos consta en principio) sino sobre las ideas: yo no pienso en el mundo, sino en la idea de mundo, que es algo así como una representación o fotografía mental del mismo. En Descartes, el término «idea» se define como contenido mental del que somos conscientes y que es capaz de representar (imitar, estar en lugar de,...) algo. La afirmación de que el objeto del pensamiento son las ideas, y no las cosas, lleva a Descartes a examinar las ideas que el yo pensante tiene en la mente distinguiendo en ellas dos aspectos:

1. Su realidad: las ideas son actos o modos del pensamientoEn este sentido, todas las ideas son semejantes, no hay desigualdad ninguna entre ellas.
2. Según su contenido objetivo, su carácter representativo. Como toda idea está en lugar de (representa a) una realidad (cosa) las ideas serán más perfectas (verdaderas) según lo perfectas (reales) que sean las cosas que representan. En este sentido sí que difieren unas ideas de otras: unas contienen más realidad objetiva que otras

Desde este segundo aspecto, Descartes se va a plantear el salto desde las ideas hasta la realidad extramental. Descartes analiza las ideas que posee el yo pensante con la intención de descubrir alguna de ellas que  rompa el “cerco del pensamiento” para salir a la realidad extramental. Como todas nuestras ideas son causadas por algo, debemos preguntarnos por la causa de las ideas que tenemos (su origen) con la intención de encontrar alguna idea que, como el cogito, implique de manera evidente la existencia de aquello que representa. En este análisis Descartes distingue tres tipos de ideas, según su origen:
1. Ideas adventicias. Son las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (las ideas de hombre, de árbol, de casa,...).
2. Ideas facticias. Son aquellas que construye la mente a partir de otras ideas fruto de la imaginación y la voluntad (la idea de un “caballo con alas”, una “sirena marina”, ...)

3. Ideas innatas. Según Descartes existen algunas ideas (pocas, pero las más importantes) que el pensamiento las posee en sí mismo, es decir, que no provienen ni de la dudosa experiencia externa, ni tampoco son construidas a partir de otras. Esta es una afirmación fundamental del racionalismo: a saber, que las ideas primitivas a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros conocimientos son innatas. Las ideas innatas son consideradas ideas verdaderas porque son simples y la simplicidad se relaciona con la verdad. Este es un prejuicio unido a las demostraciones matemáticas y del que Descartes participa.

Una vez analizadas las ideas de nuestra mente y que se ha dejado claro que las ideas innatas son las únicas ideas evidentes y ciertas, porque son intuidas por la razón, lo único que tenemos que averiguar es cómo es posible que existan ideas innatas. Alguien habrá tenido que poner las ideas en mi mente y ese ser no puede ser otro que Dios. Una vez que Descartes deduzca la existencia de Dios a partir del pensamiento, con argumentos como el argumento ontológico, no tendrá ya dificultad en demostrar aquellos aspectos del conocimiento y de la realidad que se pusieron en duda como es el caso de las demostraciones matemáticas o la existencia del mundo exterior o res extensa.



PARTE IV, DEDUCCIÓN EXISTENCIA DE DIOS Y PRUEBA EXISTENCIA DE LA RES EXTENSA

A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no era omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de seres que existen fuera de mi, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mi, podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mi. Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios. A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mi mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mi mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mi mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por con-siguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento.


Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían poner diversas figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras suponen esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.

Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (como de pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese.

En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.

Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos
despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de nuestros sueños, consistente en represen-tamos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen. Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos.


EJEMPLO DE TEXTOS PARTE IV, DEDUCCIÓN EXISTENCIA DE DIOS Y PRUEBA EXISTENCIA DE LA RES EXTENSA.

Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios el estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento.

                                                                      René Descartes, “Discurso del método”, parte IV

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a)       Explica los conceptos subrayados en el texto.

-Compuesto de estas dos naturalezas: en el texto se hace referencia a dos realidades, puesto que naturaleza o natura, implica un modo de ser o existir. En el caso de Descartes, la existencia es una cosa o sustancia  que, por lo tanto, es independiente. El concepto de sustancia cartesiano se asemeja mucho al aristotélico, puesto que sólo es sustancia lo que puede existir sin depender de ninguna otra cosa. Esta definición fue perfeccionada por Descartes, puesto que relacionó la idea de independencia de la sustancia con otra que nace de sus estudios de la filosofía medieval. Sustancia es aquello que existe en sí mismo y por sí mismo, es decir, sustancia es todo ser que no necesita de nada para existir, pero que  además no ha sido creado. Para el pensamiento cartesiano la verdadera sustancia sólo puedo ser Dios. Dios para Descartes es perfecto, infinito, es el creador del mundo y del pensamiento, es el que ha puesto en nuestra mente las ideas innatas. Esta noción está relacionada con el pensamiento agustino y, por ende, con el escolástico, puesto que ambos defienden que las ideas llegan a la mente humana por la gracia de Dios, como un don. Descartes recoge esta idea medieval y la dota de modernidad, ya que las ideas que se encontraban en la mente de Dios ahora se van a colocar en el pensamiento humano. No obstante, el pensamiento humano no puede crear la realidad exterior, por eso necesita que sea Dios el que garantice que las ideas innatas poseen un correlato en el mundo.

b)       Temática principal del texto.

El texto que vamos a comentar pertenece al Discurso del método, concretamente a la parte IV de dicho libro. En este fragmento Descartes nos explica que Dios es un ser que no está compuesto, es un ser simple. Esta idea se relaciona con las ideas de Tomás de Aquino y la filosofía medieval. Según la escolástica Dios es perfecto porque es simple, porque  su ser no puede estar limitado por una esencia determinada, ya que su existencia es infinita. Descartes recoge las ideas tomistas de que en Dios se identifican esencia y existencia y, por lo tanto, la esencia no puede recortar la existencia, como ocurre en el resto de los seres contingentes o dependientes de un creador. Para que la esencia no limite la existencia, Dios tiene que ser  infinito, es decir, ilimitado. Esta es la idea que nos explica Descartes en el texto ante el que nos encontramos. Esta noción se encuentra relacionada con el argumento de causalidad. Es curioso que Descartes no sea capaz de superar las ideas escolásticas sobre la necesidad y la contingencia y las utilice en el texto para apoyar su argumento de causalidad.

c)        Justifica desde la teoría del autor del texto las ideas expuestas en él.

La teoría cartesiana parte de la necesidad de un método que siga en todo el proceder de la razón. Una vez identificadas las reglas del método, Descartes intenta llegar a una verdad indudable para la filosofía. Para llegar a esa evidencia o verdad, decide poner en duda todo conocimiento o realidad en la que podamos confiar. Finalmente llega a una verdad que supera todos los niveles de duda. Esa verdad es el pensamiento o conciencia. El cogito cartesiano, es una sustancia independiente del cuerpo, es un modo de existir, pero necesita demostrar la existencia de Dios para poder ir más allá de la mente y las ideas que posee el pensamiento.  Por eso, una vez que analiza los tipos de ideas que podemos encontrar en el pensamiento, a saber: adventicias si provienen de los sentidos, facticias si provienen de la imaginación e innatas si son intuiciones de la razón. Entre las ideas innatas, Descartes descubre la “idea de infinito”, que se apresura a identificar con la idea de Dios.

1. La idea de Dios no puede ser adventicia ya que no poseemos experiencia directa de Dios.

2. Tampoco es facticia porque, contra la opinión tradicional de que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito, Descartes afirma que la  noción de finitud, de limitación, presupone la idea de infinitud, por lo que ésta no deriva de aquélla: no es facticia. Y si no es facticia ni adventicia, entonces, es innata.

Ahora bien, que «la idea de Dios» sea innata no implica que «la realidad Dios» exista. La existencia de Dios es demostrada a partir de la idea de Dios.

Argumento basado en la CAUSALIDAD APLICADA A LA IDEA DE DIOS.

Se basa en que  no es posible que la idea de un Ser Infinito y Perfecto (Dios) tenga como causa a un ser finito e imperfecto (el yo que piensa); la causa tiene que ser tan perfecta o más que los efectos, por lo que la idea de un Ser Infinito requiere una causa infinita; por lo que yo no puedo ser la causa de esa idea. Si lo fuera, sería una idea facticia, y ya hemos dicho que es innata. Y como esa idea es una idea que poseo en mi mente, ésta ha tenido que ser causada y puesta en mí por un Ser Infinito; luego el ser infinito existe con toda evidencia. Por supuesto, tampoco puede tener por causa la nada, ya que de la nada, nada puede surgir.
Ÿ 
Argumento basado en la IMPERFECCIÓN Y DEPENDENCIA DE MI SER. Esta prueba parte de la contingencia e imperfección de nosotros mismos como seres finitos. Dios será en esta prueba causa de mí (no ya de la idea de Él que hay en mí). La prueba recuerda la «tercera vía» de Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios. Este argumento se basa en la distinción tomista entre «SER NECESARIO» y «SER CONTINGENTE». Los «SERES CONTINGENTES» son aquellos que aunque existen de hecho, podrían no existir. Es imposible que ese tipo de seres haya existido desde siempre, ya que deben su existencia a otro. En cambio, el «SER NECESARIO» es aquel que existe por sí mismo y no puede no existir. Este «SER NECESARIO» es Dios, causa de la posibilidad de mi existencia y de la existencia de todo lo que hay. Es decir, debe haber algo que sea la causa de todo lo que hay sin que a su vez sea causado por otra cosa. Éste es el ser necesario, el que existe desde siempre y no puede no existir, puesto que existen sus efectos (todo lo que hay, incluidos nosotros).

Ÿ El llamado ARGUMENTO ONTOLÓGICO, formulado en la Edad Media por Anselmo de Canterbury en, que viene a decir que la idea misma de perfección implica la existencia de aquello que representa. El llamado «ARGUMENTO ONTOLÓGICO», que en lo esencial mantiene que concebir a Dios es la misma cosa que concebir que existe, lo podemos explicar de la siguiente manera: La existencia necesaria y eterna está comprendida en la idea de un Ser absolutamente Perfecto, porque si no fuera así caeríamos en contradicción: sería tanto como decir que el ser absolutamente perfecto no es el ser absolutamente perfecto, puesto que le faltaría la más perfecta forma de existencia. Luego Dios existe

Dios, cuya existencia se da por demostrada, tiene una naturaleza perfecta, por la que no puede ser engañador de ninguna manera. Dios posee todas las perfecciones en grado sumo, y por lo tanto la veracidad. Pretender engañar no es un signo de potencia sino de debilidad, de malicia, de imperfección,... y por tanto, no puede admitirse en Dios dicha voluntad de engaño. Para Descartes la existencia de un DIOS PERFECTO Y VERAZ es una pieza clave de su sistema: reconocida la existencia de Dios a partir de mi yo pensante, el criterio de la evidencia encuentra su garantía última: Dios es el principio y garante de toda verdad clara y distinta. Por tanto, en la filosofía de Descartes Dios ocupa una posición central, pero este Dios de Descartes no es ya el dios cristiano. El de Descartes es ya el “Dios de los geómetras”, que la razón descubre como el creador del Universo, pero que no interviene en su desenvolvimiento o desarrollo.
Demostrada la existencia de Dios como Ser infinitamente Perfecto, encuentra Descartes el punto de apoyo que necesitaba para SUPERAR TODOS LOS NIVELES DE LA DUDA y poder afirmar la existencia del mundo objetivo y la validez de los razonamientos matemáticos para conocerlo. La hipótesis del «genio maligno» es absurda: Dios, la sustancia infinita, garantiza la capacidad de la razón humana para encontrar la verdad, siempre que utilice el método de la razón adecuadamente. Es decir, Dios garantiza que mis ideas corresponden a un mundo, a una realidad extramental, pero no garantiza que a todas mis ideas corresponda una realidad extramental. Solamente serán verdaderas aquellas ideas que tengan las características de la evidencia (claridad y distinción).

La existencia del mundo es demostrada a partir de la existencia de Dios: puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe, luego el mundo existe.  Y utilizando la regla de la evidencia Descartes concluye que el mundo está constituido por cuerpos cuyas únicas cualidades objetivas son la extensión y el movimiento (llamadas por Galileo «cualidades primarias»). Las llamadas «cualidades secundarias» tales como el color, olor, sabor,... no son propiedades objetivas de las realidades corpóreas sino cualidades subjetivas: están en nosotros (en nuestra manera de percibir la realidad) y no en las cosas mismas.

A partir de las cualidades objetivas o primarias, Descartes, siempre a base de «ideas claras y distintas», deduce su Física, que es de corte mecanicista: el único principio de explicación de todos los fenómenos de la naturaleza es el movimiento de partes extensas de la materia. Dios crea la materia inerte y le comunica una cantidad de movimiento que permanece constante. Puesto que el mundo es como una máquina perfecta donde existe una total y absoluta necesidad o determinismo, reducible a un conjunto de fórmulas matemáticas, el conocimiento científico consiste en describir matemáticamente las leyes que rigen el movimiento de los cuerpos. Tomada la definición de sustancia de un modo literal es evidente que sólo podría existir la sustancia infinita (Dios), ya que los seres finitos (pensantes y extensos) son creados y conservados por Él. Descartes mismo reconoce que tal definición solo puede aplicarse de modo absoluto a Dios, si bien la mantiene por la independencia mutua entre la sustancia pensante y la sustancia extensa, que no necesitan la una de la otra para existir.

Como podemos deducir, la antropología cartesiana es dualista, como la platónica: por un lado somos cuerpo (sustancia extensa) y como tales estamos sujetos a las mismas rígidas leyes físicas que los demás cuerpos. Pero el hombre es también alma, “sustancia pensante” consciente y libre. El objetivo último de Descartes al afirmar que alma y cuerpo, pensamiento y extensión, constituyen sustancias distintas, es salvaguardar la autonomía del alma con respecto a la materia. El alma, al ser una realidad distinta del cuerpo está al margen del mecanicismo determinista del mundo corpóreo donde no queda lugar alguno para la libertad. La libertad, y con ella el conjunto de valores espirituales -que nos diferencian radicalmente respecto de los animales- defendidos por Descartes, sólo podían salvaguardarse sustrayendo el alma de la necesidad mecanicista, lo que, a su vez, exigía situarla como una esfera de la realidad autónoma e independiente de la materia. Por otro lado, al ser el cuerpo una sustancia independiente, permite su estudio científico sin referencias a su dependencia respecto del espíritu. Así, Descartes demuestra las tres realidades o sustancias, que se corresponden con los tres problemas fundamentales que han ocupado a la metafísica de todos los tiempos:

1. Dios o sustancia infinita (res infinita),
2. el yo o sustancia pensante (res cogitans) y
3. los cuerpos o sustancia extensa (res extensa).

Las sustancias no se pueden conocer directamente, sino a través del rasgo fundamental o esencial que le conviene: su atributo. A su vez, los atributos (que son la naturaleza de las sustancias, la característica esencial de las mismas) de las sustancias finitas (cogitans y extensa) pueden darse o “manifestarse” de distintas formas. A estas variaciones de los atributos Descartes las llama modos.

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